Vivimos en una gran transformación a nivel global; una mutación antropológica y por lo tanto cultural, basada en la incorporación masiva de las tecnologías informáticas, en la descentralización productiva y la creación de la empresa en red, así no lo indican; dicho proceso viene acompañado de una reestructuración de los principales mercados de la sociedad: el del trabajo, que en forma acelerada marcha hacia la flexibilización y, hasta el momento, la precarización de la existencia de millones de personas; y el financiero y el de capitales, que han establecido un desorden global controlado por un grupo de empresas multinacionales que operan como si se tratara de un “congreso virtual” con muy poco control y regulación, conducido por poderes con exigua legitimidad democrática, formado por los inversores y prestamistas que deciden efectivamente la política social y económica mediante la fuga de capitales, los ataques a la tasa de cambio, y demás procedimientos proporcionados por la estructura económica global.